Roma envío a una serie de generales a la Península Ibérica para que se enfrentaran a los numantinos. En ese año, Quinto Cecilio Metello Macedonico fracasó en su intento de tomar la ciudad, tenía 30.000 infantes y 2.000 jinetes, que se estaba convirtiendo en un ícono de la resistencia en Iberia, pero sometió por completo a la tribu de los arévacos. Su sucesor, Quinto Pompeyo, un inepto según relatan sus contemporáneos, fue derrotado en diversas ocasiones por los numantinos y negoció en secreto un tratado de paz que aseguraba la permanencia de la ciudad. Ya en el 138 a. C. llegó un nuevo general, Marco Popilio Laenas. Cuando los numantinos quisieron hacer prevalecer el tratado que había firmado Quinto Pompeyo, Laenas dijo que no reconocía ningún tratado que no hubiera sido firmado por el Senado romano. Roma decidió por consiguiente ignorar el tratado de paz de Quinto Pompeyo y envío a Cayo Hostilio Mancino con 40.000 hombres (la mitad auxiliares locales) para que continuara la guerra (136 a. C.). Mancino asaltó la ciudad pero fue repelido en diversas ocasiones por los 4.000 guerreros defensores . Tras sus derrotas, los romanos comandados por Mancino fueron rodeados y Mancino fue obligado a aceptar el tratado. El Senado tampoco ratificó este tratado. Los sucesores de Mancino, Lucio Furio Filón y Cayo Calpurnio Pisón continuaron la lucha contra Numancia.
En el 134 a. C., el cónsul Publio Cornelio Escipión Emiliano fue enviado a Hispania Citerior para que terminara de una vez con la guerra. Escipión Emiliano reclutó a un ejército de 20.000 hombres, más 40.000 auxiliares entre los que se contaba caballería númida cedida por Yugurta y un gran número de aliados locales,en total unos 60.000 soldados.

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